La región central de Cuba desde los primeros asentamientos coloniales fue dando indicios de tierra fértil. Núcleos económicos clave no solo han sido los centros urbanos como Santa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus; desde Corralillo hasta el Caonao existieron un sinnúmero de centrales y poblados azucareros, comunidades campesinas en loma y llano, villas pesqueras y fincas que destacan por su intrigante historia y una tradición sostenida en el tiempo.
Villa de la Santísima Trinidad. Foto cortesía de la Red de Oficinas del Historiador de las Ciudades Patrimoniales y del Conservador de Cuba.
Las guerras independentistas, con la consolidación del sentimiento nacional y la inestabilidad provocada por el conflicto con la corona española, confirieron a los habitantes de estos pueblos y ciudades dos rasgos que verterían en la relación con su tierra: la industria –si por ella entendemos el brío laborioso– como máxima de filosofía individual, una apuesta por el trabajo arduo y la esperanza de ser recompensados; y la empatía como mecanismo de beneficio colectivo, en malos y buenos tiempos por igual, reconociendo en el hombro amigo y la hospitalidad un medio invaluablemente útil.
Dos tierras que encarnan esa persistencia en el carácter, colindantes por demás, son Trinidad y el Valle de los Ingenios. La historia de una no puede escribirse sin la otra, por lo cual ambas se conciben como una misma zona, si bien aquí se hace la distinción por Trinidad desarrollarse desde temprana edad como centro urbano y político administrativo a tal punto que hoy es la cabecera del municipio del mismo nombre y un destino turístico de primer nivel, mientras que el Valle adquirió relevancia por la gran cantidad de haciendas azucareras que ahí radicaron, consistiendo la mayor fuente de impulso económico de la población local y generando otras actividades, colaterales a la producción de la caña, principalmente a lo largo del siglo XVIII y la primera mitad del XIX.
Valle de San Luis, más conocido como Valle de los Ingenios. Foto cortesía de la Red de Oficinas del Historiador de las Ciudades Patrimoniales y del Conservador de Cuba.
De tal modo, en la colonia el valle sustentaba a la villa, y la villa propiciaba la vida del valle mediante el trabajo y cuidado de sus tierras. Sin embargo, tal actividad, debido a los usos extensivos de las tierras y las limitantes tecnológicas y de prácticas ambientales conscientes de la época, devinieron en una etapa de infertilidad y abandono para 1850.
Villa de la Santísima Trinidad. Foto cortesía de la Red de Oficinas del Historiador de las Ciudades Patrimoniales y del Conservador de Cuba.
Los avances en el mercado internacional, el riesgo al que se sometían los propietarios al verse involucrados en un escenario violento con el estallido de la lucha anticolonial en 1868 extendiéndose hacia finales del siglo, el desarrollo de otras regiones en la siembra y el procesamiento de la caña, así como la penetración de capital principalmente norteamericano en sectores clave de la economía de la isla, hicieron que el Valle de los Ingenios y la villa de la Santísima Trinidad se sumieran en un letargo profundo, resguardados y enquistados en un paréntesis incidental del nuevo capítulo en la historia de Cuba.
Pero, entonces, ¿cómo hizo esta tierra espirituana para darle un giro salvador a su fortuna? ¿Cómo hizo para distinguirse como una joya de la tradición y la prosperidad cultural?
Hacia la sistematización del Patrimonio
La sistematización, según el investigador y metodólogo costarricense Oscar Jara*, es “la interpretación crítica de una o varias experiencias que, a partir de su ordenamiento y reconstrucción, descubre o explica la lógica del proceso vivido, los factores que han intervenido en dicho proceso, cómo se han relacionado entre sí y porqué lo han hecho de ese modo”.
Para no ceder a la abstracción y la teoría, esto, aplicado al patrimonio y el turismo, no es más que la integración de los componentes y las instituciones formales e informales de una comunidad, un producto o un destino en un estudio orientado a la comprensión de su funcionamiento a lo largo de su evolución.
En esencia, se
requieren para la sistematización del patrimonio conocer dos aspectos: la
historia del objeto de estudio y la dinámica socioeconómica del momento en que
se aplica. ¿Y para qué sirve? Pues la sistematización permite optimizar el
trabajo con el patrimonio y las comunidades, elevando así el nivel de vida de
los habitantes y permitiendo la conservación por esfuerzos propios.
Villa de la Santísima Trinidad. Foto cortesía de la Red de Oficinas del Historiador de las Ciudades Patrimoniales y del Conservador de Cuba.
Entonces, visto esto, ¿cómo influyó este proceso en el rescate de Trinidad y el Valle de los Ingenios? Pues, inicialmente, no puede decirse que se haya hecho a consciencia una sistematización, ya que tal concepto no estaba tan arraigado en las ciencias del turismo y el patrimonio para cuando resurgieron las ideas de una Trinidad nuevamente bella y protegida.
Es en 1941
cuando surge la Asociación Pro Trinidad, integrada por habitantes que
destinaron esfuerzos a divulgar y preservar la herencia trinitaria, previendo
en el acto la relevancia que esto cobraría para la prosperidad de futuras
generaciones. Así, tras cuarenta años de inercia, la ciudad se mantuvo discreta,
pero dignamente activa, hasta bien entrada la década de los 70. Vendrían años
de logros y transformaciones perspicaces.
En los años 70 la reforma de los aparatos institucionales también abarcó el ámbito cultural, y con ello se lanzó una amplia gestión de inventario sobre los bienes patrimoniales del país. Trinidad ya destacaba por su belleza casi detenida en el tiempo y el civismo y orgullo de sus pobladores. Entonces con un nuevo impulso en la conservación de los bienes patrimoniales y una campaña de concientización de su valor, Trinidad se sumaba a la lista de Monumentos Nacionales, categoría que le garantizaba protección jurídica y, por cuanto, confería a la gente y de la ciudad la salvaguarda de sus intereses e identidad.
La tercera villa de Cuba continuó aunando reconocimientos y en 1988 su centro histórico y el valle fueron declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Hasta el presente los enclaves han logrado obtener múltiples distinciones en materia de gastronomía, manifestaciones artísticas, turismo y vida local. Su belleza e idoneidad geográfica, por su cercanía con el mar y ubicación en el monte, no es todo lo que tiene para aportar, pues es gracias a la industria y la fe de sus hijas e hijos que esta ciudad, detenida en el tiempo en materia de trama urbana y edificaciones, sigue en pie con rostro afable y se adapta a cualquier época por la que transite.
Valle de los Ingenios. Foto cortesía de la Red de Oficinas del Historiador de las Ciudades Patrimoniales y del Conservador de Cuba.
Así mismo, el Valle de los Ingenios, como ya se ha expuesto antes, destaca por ser un museo arqueológico a cielo abierto de los centrales azucareros, epítome del apogeo de las haciendas que se extendió hasta casi la primera mitad del siglo XIX en la isla. Esto hace que el lugar brinde casos tanto de excelencia como aleccionadores en términos de la tierra y la gestión económica. Hoy sigue en proceso de restauración y sin dudas no solo aportará al turismo rural y de patrimonio, sino que devendrá –como lo hace ya de por sí– provechoso campo de estudio para arqueólogos, historiadores y adeptos de la cultura nacional por sus mitos, su belleza y su valor en la conformación del ethos cubano.
Villa de la Santísima Trinidad. Foto cortesía de la Red de Oficinas del Historiador de las Ciudades Patrimoniales y del Conservador de Cuba.
Lo cierto es
que Trinidad y el Valle de los Ingenios no por gusto son las joyas de la corona
de las ciudades patrimoniales cubanas. Muchos otros destinos que destacan por
su belleza no manufacturada y la autenticidad de su gente e historia aun
enfrentan muchos desafíos en la conservación y en la unificación de esfuerzos
entre los sectores tanto sociales como institucionales.
Villa de la Santísima Trinidad. Foto cortesía de la Red de Oficinas del Historiador de las Ciudades Patrimoniales y del Conservador de Cuba.
No obstante, Trinidad representa un modelo esperanzador. No para calcar maniqueamente la estrategia preservadora, sino para tomar en cuenta lo determinante que es para una labor exitosa valorar el trabajo y los intereses de las comunidades, la afinidad de los pobladores con el lugar de origen y su historia, una mentalidad de proyección a largo plazo en contraposición a medidas de frutos efímeros e inmediatos y, por último, pero no menos importante, la consciencia de que todos quienes nos arrojamos a la tarea conservadora formamos parte de una pequeña –a la vez que grande–cacerola patrimonial llamada Cuba.