Un elogio a la Perla del Sur
La villa Fernandina de Jagua cumple 205 años de fundada el día 22 de abril. Hoy conocida como Cienfuegos, no por gusto su encanto ha sido motivo de enamoramientos por parte de artistas, pensadores y viajeros de todas partes de Cuba y el mundo.

Si se parte de la fundación fechada en las actas capitulares, Fernandina de Jagua, hoy la ciudad de Cienfuegos, es la villa más joven de las que integran el concilio de joyas patrimoniales cubanas.

El 22 de abril de 1819, establecida bajo el nombre original que todavía hace eco en la identidad popular, diez años después tomó el nombre actual en honor a José Cienfuegos Jovellanos, Capitán General de la isla entonces.

Si bien la administración de la época se acogía a la autoridad colonial española y muchos de los habitantes hacían gala de su herencia hispana, el encanto francés del enclave le otorgó un brío distintivo de las demás villas.

Presente en elementos arquitectónicos y de diseño urbano, incluso en símbolos como el escudo de armas, el influjo francés en Cienfuegos es parte innegable del acervo por el que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2005. Pero tales ejemplos no responden a un calco de modas, sino a los designios de sus primeros asentados, quienes, liderados por Luis de Clouet –tenido por colono fundador– y provenientes de Burdeos en oleadas migratorias, hallaron en el área aledaña a la bahía de Jagua un sitio privilegiado por la naturaleza.

La bahía cienfueguera se comunica directamente con el mar Caribe y desde el origen de la ciudad destaca por su importancia comercial y una belleza sin pretensiones. El agua calma y centelleante contagia de su carácter a la ciudad, a su famoso boulevard y centro histórico, que son celebrados por la limpieza y el respeto a la armonía estética entre las edificaciones, las cuales aun así ostentan rasgos de diversidad.

Como tantas demarcaciones de la región central, Cienfuegos alcanzó pronto un nivel de desarrollo económico significativo debido a lo abundante de los negocios azucareros en la región y la proximidad a vías de traslado y zonas agrícolas e industriales operadas por familias de la localidad y consorcios extranjeros.

Ni el rico trasfondo de Burdeos ni el esplendor motivado por el crecimiento de oportunidades son, de por sí, suficientes para justificar la admiración que tantos han sentido por la villa. Es la mezcla de lo anterior con la sonrisa cienfueguera, con el gusto a estar en casa, ese sentirse acogido por las calles de la ciudad y el calor de su gente, lo que provocó en talentos de las artes, durante su paso por la ciudad, el enamoramiento.


Solo algunos ejemplos son Enrico Caruso, el tenor italiano virtuosísimo, quien incluso luego de su función cantó a viva voz ante el público en la calle, y Benny Moré, icónico exponente de la música cubana, que conmovido por la magia cienfueguera dedicó a la propia ciudad las líneas “Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí” y, además, inmortalizó en otra canción a Santa Isabel de las Lajas, municipio cercano al área metropolitana. En muestra de agradecimiento a El Benny, los cienfuegueros instalaron una estatua de tamaño real del Bárbaro del Ritmo en el boulevard, en pose de andanza, como si estuviera al alcance de todos en esa zona de alto tránsito. En estos tiempos suele verse a la réplica de metal con una flor dejada por algún transeúnte adornándole la mano, o perdida entre un grupo de jóvenes que han convenido darse cita alrededor del intérprete como punto de encuentro.

Lo cierto es que no hubiera sido tan grato ni frecuente el paso de importantes figuras de la cultura en la villa de no ser por la iniciativa de Tomás Terry, comerciante venezolano de origen hispano irlandés cuyo nombre hoy designa el teatro que financió y ordenó construir a un lado de la plaza José Martí.

Si bien su muerte acontece en París en 1886 –hay algo poético en que un cienfueguero de corazón hallara un reposo en Francia–, la impronta que dejó uno de los más ilustres hijos de la Perla del Sur en Cuba muestra el afecto que tuvo por Fernandina de Jagua, donde empleó su caudal financiero para servir a las calles del entusiasmo por las artes, dejando dicho teatro como obra cumbre debido a la riqueza estructural del mismo y por el peso que tuvo en la sociedad de Cienfuegos debido a las presentaciones allí dadas cita y la dinámica que aporta aun a la vida pública.

Si de sensibilidades y amor por los valores espirituales del sentimiento local se trata, el taller escuela de oficios para la restauración “Joseph Tantete Dubruiller”, no por gusto ubicado en la misma manzana que el teatro, es una muestra de cuánto estiman los habitantes de la villa la capacidad de crear ciudadanos de calidad: en el arte y la educación hay tanto de bondad como de ciencia, y si algo tiene claro desde hace doscientos cinco años la ciudad de Cienfuegos es que el humanismo embellece, inspira y construye.

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